miércoles, 24 de octubre de 2007

Estero Upeo

Nota previa: Este cuento lo escribí hace 12 años, lo ilustro con el video de mi hijo, sacando su primera trucha en el lago glacial más grande de Sudamérica, casi 20 años después que su padre.
No les quepa duda alguna, el relámpago verdiazul aún está grabado en mi retina.



Hacía frío, el cielo todavía estaba gris. Juan se desperezó dentro de su saco de dormir, la súbita toma de conciencia de que ese era el gran día, el día esperado, lo despabiló totalmente; ágilmente, de un salto, salió del saco y cayó sobre la delgada arena que tapizaba esa ribera del Estero Upeo.

Tomó la mochila y extrajo con cuidado los avíos de pesca. Con destreza armó la caña de fibra de vidrio; destapó el tarro donde estaban los gusanos de tebo, esos gusanos anaranjados que parecen de goma, el fuerte olor le hizo recordar que estaban vivos. Escogió uno grande y gordo, y lo ensartó en el anzuelo más pequeño que llevaba consigo, pensó que tal vez sería demasiado chico, ya que el gusano lo cubría por completo.

Con decisión se acercó al borde del agua. Justo frente a él, el río bruscamente detenía su estrepitosa carrera y se volvía manso y suave, la espuma se convertía en un espejo esmeralda y el curso de agua se abría para formar un pozón frío y profundo.

A esa hora las truchas deberían estar hambrientas, sabía que al amanecer, el sol aún no calentaba las capas superiores del agua y las truchas arcoiris se atrevían a subir a buscar alimento hasta la misma superficie.

Subió a una peña ubicada lo suficientemente cerca del lugar donde quería lanzar la carnada y lo prudentemente alejada, para que los astutos peces no pudieran ver su silueta a través del agua.

Antes de lanzar el anzuelo, miró hacia atrás, sus compañeros aún dormían. Los tres eran expertos trucheros y él, pese a formar parte del grupo por varios años, aún no lograba pescar su primera trucha de río.

Le habían dado ésta como su última oportunidad. Ellos no usaban carnada viva y aborrecían esos gusanos hediondos . Esta era la última vez que los podría usar, de ahora en adelante, si quería seguir pescando con ellos, sólo podría usar carnada artificial.

Respiró lenta y profundamente, el aire frío llenó sus pulmones y le dio ánimos. Lanzó o mejor dicho, puso sobre el agua el gusano de tebo que escondía al pequeño anzuelo y comenzó lentamente a soltar el sedal. La suave corriente del pozón lo arrastró lentamente, era tal como lo había planeado, el anzuelo no se hundía sino que flotaba dentro del gordo gusano.

El puntillo anaranjado se alejaba pausadamente y, costaba distinguirlo por la sombra matinal de unos boldos que crecían sobre la ribera opuesta.

De pronto sin ninguna señal de aviso, un relámpago verdiazul, se disparó desde el agua y dibujó una curva prodigiosa en el aire. Esa breve imagen que se grabó para siempre en la retina de Juan, terminó cuando el relámpago se apagó al hundirse con fuerza sobre el punto anaranjado.

Todo pasó al mismo tiempo, en un sólo instante, verlo, sentir el brusco tirón, gritar instintiva y jubilosamente, dar vueltas a la manivela del carrete y comenzar a sentir esa emoción única e inolvidable de triunfo sobre la naturaleza, de sacar la primera trucha arcoiris desde el Estero Upeo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por que no destinas más tiempo a escribir? Tu cuento casi casi hace sentir que uno está ahí al lado pescando.

Anónimo dijo...

Mira! yo intuía que había algo dertrás de tus feos lentes ....,broma aparte, que mescla rara eres, Rugby, historias y Creme bullé???

Desde Viña

Anónimo dijo...

max dela fuente dice: mmmmmmmm... me gusta ,sobre todo por que salgo yo